18 dic 2010

Ella


Escuchaba las voces en sus oídos, repetían una y otra vez su nombre, en susurros, y luego cada vez más alto hasta que sólo era un grito desgarrador. No podía hacer nada para acallarlas, y luego se sumaban las burlas, las risas, los improperios. Quería despertar pero no estaba dormida. Y como siempre ocurría encendía el televisor y la radio a todo volumen y de esa manera evitaba escuchar lo demás.

Había comenzado el día que se fue, ese maldito día que se dio cuenta que era una tonta y había sido engañada durante tantos años. No lo volvió a ver a la cara nunca más. Aunque haciendo memoria, si lo había visto un par de veces después, dos o tres, pero sólo una se cruzaron frente a frente. El como todo cobarde esquivó la mirada, ella no, hasta por un instante lo desconoció, iba acompañado de una chica y tenía puesta su máscara habitual esa de "yo no fui" o de "pollito mojado".

¿Cuántas veces intentó sacarlo de su cabeza? Miles. Escuchaba a sus amigas diciéndole que los lutos no duran tantos años, pero no podía, era imposible, porque no podía entender y nunca entendería por qué la había lastimado de esa manera.

Y así era desde entonces, las voces en su cabeza, las sombras por donde quiera que fuera, el terror a salir a la calle y encontrar no sabía qué, pero por las dudas no salía. Las veces que cruzaba el umbral era porque no tenía una buena excusa para quedarse, respiraba hondo y salía.

Se dio cuenta que había envejecido 10 años, y ninguno de sus nuevos amigos lograba hacerla sentir bien, eran sólo distracciones, hasta ese chico que ella sabía que la amaba, pero no podía sentir nada.

Estaba dentro de su coraza donde era imposible que la lastimaran, que le hicieran mal. A ese lugar no llegaba nada, pero eso también era un problema, ni lo bueno, ni lo malo y ya se estaba cansando de ello.

Ni las pastillas, ni el alcohol, ni la terapia, nada, todo seguía su curso, el laberinto la seguía enroscando, maltratando, tragando, y era como una arena movediza, había que quedarse quieta o la arena comenzaría a entrar por todos lados. Y no se iba a permitir eso, jamás.

Seguían los insultos en su cabeza, Turra, puta, risas, y más palabras hirientes. Cómo impedirlo, cómo acallar esas voces. Intentaba todo, pero nada, las imágenes se sumaban a las palabras, el desamor, el dolor, los golpes sin manos, esos que llegan profundo al corazón.

Y ella seguía allí tapándose los oídos con otros ruidos, con otras cosas, sellando su coraza, y quedándose cada vez más sola y más encerrada.

Salir de ese laberinto, de ese infierno, iba a llevar mucho tiempo, lo sabía no era débil, pero sentía que se le terminaban las fuerzas, las ganas, la fe.

Y a veces se quedaba fuera, otras encerrada, a veces caminaba, otras no tenía ganas de nada, se proponía nuevos desafíos pero todo era muy difícil, hablar con otros, ser otra vez la que fue.

Pero el camino era difícil y sabía que necesitaba lo que había perdido, las ganas y la ilusión.